La Iglesia frente al clamor del Migrante: Una Exigencia Bíblica.
- comunidadgracest
- 21 ene
- 4 Min. de lectura

La historia del pueblo de Dios se basa en la experiencia de ser peregrinos en busca de la tierra prometida, guiados por Dios a través de desiertos y valles. Durante esta travesía, Yahvé promete protegerlos y guiarlos, mostrando especial preocupación por los más vulnerables: la viuda, el huérfano y el extranjero. Este patrón divino de cuidado y justicia atraviesa toda la narrativa bíblica, recordándonos que el corazón de Dios late por aquellos que se encuentran en situaciones de desamparo.
El mandato bíblico es claro: el llamado a acoger al “forastero” no es opcional, sino una demanda divina. Desde una perspectiva judeocristiana, Dios exhorta a su pueblo a actuar con misericordia hacia los migrantes, recordándoles que ellos mismos fueron peregrinos. En el contexto veterotestamentario, Yahvé usa la historia del pueblo de Israel para apelar a su empatía:
"No maltratarás ni oprimirás al extranjero, ya que también ustedes fueron extranjeros en la tierra de Egipto" (Éxodo 22:20).
La solidaridad como testimonio de la iglesia
A lo largo de las Escrituras, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, se ve una constante preocupación de Dios por los oprimidos. El migrante, el extranjero, el huérfano y la viuda son figuras centrales de esta atención divina. La exhortación de Jeremías lo deja en claro:
"Practiquen la justicia y hagan el bien, libren de la mano del opresor al que fue despojado; no maltraten al forastero, ni al huérfano, ni a la viuda" (Jeremías 22:3).
Hoy, más que nunca, es urgente que la iglesia actúe como un reflejo de este mandato bíblico, mostrando solidaridad activa hacia las personas migrantes que enfrentan situaciones de vulnerabilidad extrema. La migración no es solo un fenómeno social o político, sino una realidad espiritual que interpela a la iglesia a responder con compasión, acción y fe.
Jesús como ejemplo de migrante
La vida de Jesús mismo está atravesada por la experiencia del exilio y la migración. Desde antes de su nacimiento, la Sagrada Familia vivió la realidad de huir de su tierra natal en busca de seguridad. El evangelista Mateo lo relata:

"Aquella misma noche huyó José con María y el niño hacia Egipto, donde habrían de permanecer hasta la muerte del rey Herodes" (Mateo 2:14-15).
Este episodio refleja una experiencia profundamente humana: el miedo, la incertidumbre y la búsqueda de un lugar seguro. Al igual que la familia de Jesús, miles de familias hoy atraviesan fronteras, enfrentan peligros y luchan por un futuro mejor. La iglesia tiene la responsabilidad de ver en estas familias a Cristo mismo, que dijo:
"Tuve hambre y ustedes me dieron de comer; fui forastero y me acogieron" (Mateo 25:35).
El compromiso práctico de la iglesia
La iglesia no puede ignorar su papel en la crisis migratoria. Más allá de orar y reflexionar, está llamada a actuar. En los últimos años, muchas comunidades cristianas han desarrollado pastorales migrantes, brindando apoyo a hombres, mujeres y niños que atraviesan peligrosas rutas en busca de un lugar seguro. Organizaciones basadas en la fe han levantado la voz para denunciar las injusticias y tender una mano a los migrantes en tránsito.
Como menciona Alberto Ares:
"Los inmigrantes nos ofrecen una invitación a re-cordar (pasar por el corazón) la esencia de la identidad cristiana, como peregrinos en este mundo". (1)
El cristiano, como peregrino espiritual, debe recordar que su llamado es a caminar junto al otro, especialmente cuando este se encuentra en una situación de vulnerabilidad. La misericordia debe nacer en el corazón de cada creyente, llevándole a actuar en defensa de quienes buscan refugio en tierras ajenas.
El mandato ineludible: Defender a los desposeídos
El libro de Proverbios nos desafía con una clara exhortación: "¡Levanta la voz por los que no tienen voz! ¡Defiende los derechos de los desposeídos!" (Proverbios 31:8).
Así como Dios escuchó el clamor del pueblo de Israel durante su esclavitud en Egipto, hoy también escucha el clamor de los migrantes. Ese clamor resuena en nuestros oídos como una llamada urgente a extender nuestras manos en misericordia, tal como Cristo lo hizo. El Éxodo nos recuerda:
"He visto muy bien la aflicción de mi pueblo… He oído su clamor por causa de sus explotadores. He sabido de sus angustias" (Éxodo 3:7).
La iglesia no puede ser indiferente a este llamado. Dios demanda que enfrentemos esta realidad con valentía, solidaridad y amor incondicional. Ser solidarios con los migrantes no es solo un gesto de humanidad, sino una manifestación del Reino de Dios en la tierra.
En este tiempo de crisis migratoria, la iglesia debe asumir su papel como agente de esperanza, actuando con responsabilidad frente al mandato bíblico de acoger al extranjero. Este es un llamado ineludible que requiere acción colectiva e individual. Porque, como pueblo de Dios, no podemos ignorar el clamor de quienes buscan refugio y justicia.
"Lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más pequeños, por mí lo hicieron" (Mateo 25:40).
(1) Alberto Ares, SJ. (Enero-Marzo 2016). ¿cuándo te vimos forastero, y te acogimos? transitando una teología de las Migraciones. Corintios XIII, 157, 68-83.
Comments